jueves. 28.03.2024
Las tiendas de Apple eran de los lugares más concurridos que seguían abiertos en Beijing después del brote del coronavirus, aunque los empleados les prohibían a los clientes probarse los relojes o AirPods.

Como siempre pasa, algunas personas se aventuraban a salir a las calles por necesidad. “Mi computadora portátil está dañada”, dijo una mujer. Para otros, estas tiendas eran un raro espacio de reunión comunal, un descanso del aislamiento, la ansiedad y el miedo que se han apoderado de la ciudad de 23 millones de habitantes desde que la epidemia surgió en China central.

Ahora las tiendas están cerradas, junto con los teatros, los museos, los cines, los templos, las barberías, las peluquerías, los bares de karaoke y casi todas las demáss tiendas y restaurantes. La Ciudad Prohibida ha cerrado “hasta nuevo aviso”, al igual que una sección popular de la Gran Muralla ubicada en las colinas ventosas e invernales del noreste, lejos de la congestión urbana.

Beijing no está sometida a un estricto bloqueo como el que las autoridades gubernamentales han instaurado en Wuhan y otras ciudades que se encuentran en el epicentro de la epidemia. Sin embargo, ha impuesto restricciones a prácticamente todos los aspectos cotidianos desde que el 24 de enero se declaró “el nivel más alto para una emergencia de salud pública”.

 
 

Esta suspensión en la práctica, aunque no haya sido declarada como tal, está ocurriendo en una ciudad tras otra en China, interrumpiendo la vida y creando imágenes distópicas de un país que, repentinamente, se ve despoblado.

Se han pegado volantes del gobierno de Beijing en tiendas y edificios de apartamentos, instando a que todas las personas tomen las precauciones necesarias. Se alentó a los residentes a evitar “lugares concurridos o reuniones públicas”, aunque la mayoría de ellos, incluidos los festivales que celebran el Año Nuevo Lunar, fueron cancelados de todos modos.

Muchas tiendas y centros comerciales han implementado revisiones de temperatura a todas las personas que ingresan. Algunos, incluido el local de Yves Saint Laurent en el exclusivo distrito comercial de Sanlitun, han puesto letreros que le niegan la entrada a cualquiera que no use tapabocas.

La sospecha se ha convertido en su propia forma de contagio. “Quédate allí”, advirtió un hombre que jugaba bádminton con su hija en el parque Chaoyang, ambos con tapabocas. “No te nos acerques”.

Al igual que la mayoría de las ciudades importantes, Beijing es un lugar donde los inmigrantes buscan una mejor forma de vida, pero ahora cualquier persona que no sea de la capital se ha enfrentado a una hostilidad abierta, en particular los que vienen de la provincia de Hubei, el epicentro del brote.

Algunos vecindarios han establecido por su cuenta puntos de control y puestos de guardia, con personal preparado para rechazar a quienes regresaran de las zonas infectadas después de las vacaciones del Año Nuevo Lunar.

Eso sucedió en Xifuheyuan, un complejo de apartamentos en el este de Beijing. Se colocaron carteles anunciando que cualquier persona que viniera de Hubei sería enviada a un hotel por 14 días de cuarentena. No estaba claro exactamente cómo los guardias del complejo pensaban garantizar el cumplimiento de esa medida, pero uno aseguró que las autoridades pagarían la factura.

“El partido es solidario”, dijo el guardia, que se negó a dar su nombre.

Cuando se corrió la voz de los puntos de control, el subsecretario general adjunto de Beijing, Chen Bei, se apresuró a anunciar el 1 de febrero que las autoridades no tolerarían a vigilantes clandestinos del virus.

Fuente: www.nytimes.com/es